Es cierto que dada mi efímera relación en cuanto a trato aunque larga en cuanto a tiempo, no soy la persona más destacada para dedicarle unas palabras a su memoria, pues un sin fin de familiares, amigos, compañeros, incluso alumnos podrían hablar más y con más conocimiento. Pero en este caso he de matizar lo dicho pues no es preciso ser catedrático en lo que sea para escribir sobre algo o alguien, y más cuando se trata de sentimientos. Tras la noticia de su muerte me vinieron a la cabeza un montón de recuerdos sobre esta maravillosa persona, todos ellos circunscritos al ámbito escolar pues fue allí donde verdaderamente traté con ella. Es más esta coyuntura hizo en un comienzo que nuestra relación fuera la de profesor-alumno, pero ya por aquellos años en que su cara nos sonaba a mapa de ríos, unidades de relieve, provincias, y un largo etcétera, percibía humanidad en esta grandiosa dama.
Fueron dos años de coincidencia más otra serie de cuantiosos tratos por los frecuentados pasillos y aulas del IES Poeta Julián Andúgar, donde esta respetable profesora pasó algunos de los años de su vida. Era de aquellas personas de aparente semblante serio pero con corazón cuya ternura parecía extraída de un cuento de Hadas (¡Sí! Hadas con mayúscula), de hecho su voz suave y su acento propio de tierras palentinas no hacían pasar desapercibido a nadie.
No hace mucho "Don Blas" me contó una anécdota respecto a su jerga y entonación Palentina, resulta que se encontraba este profesor dando clases a un curso de "ESO" cuando Elia entró en el aula solicitando un mapa, al salir de la misma un alumno preguntó por "esa señora", a lo que se le indicó que era profesora y su nombre era Elia Tejerina. Acto seguido otro alumno demandó el por qué de dicho acento tan peculiar y poco sonado para el niño, a lo que se le contestó con que hablaba así porque era de Palencia; aprovechando que había salido el nombre de la provincia de nuestra queridísima Elia, lanzó al vuelo una cuestión sobre la localización de dicho lugar...hubo un silencio rotundo en el aula, nadie se atrevió a levantar la mano por miedo a piciarla, amén tampoco tenían mucha idea sobre donde estaba, hasta que el joven más tímido de toda la clase levantó la mano acompañando el gesto con un liso, suave y agradable: "¡En Soria-Hezegovina!".
Seguramente tuvo que soportar muchísimas triquiñuelas como las que había protagonizado su entrada al aula de Blas solicitando material para lo que tanto amó: dar clase. Sin ir más lejos el último año de curso en el cual nos impartía la asignatura de Geografía tuvimos un movido lapso a causa de dos o tres energúmenos entre los que destacaba un servidor, por ejemplo recuerdo cuando "el peri" se escondía bajo una mesa en clase detrás de la puerta y con las luces apagadas, para cuando ésta entrara asustarla con sus ensordecedores gritos acompañados de un cariñoso pellizco en el Talón de Aquiles, las continuas imitaciones por un servidor incluso un día oficial de actividades y entre un público que abarrotaba el salón de actos de nuestro centro, o cuando durante un examen de geografía de ríos, escondimos un mapa gigante enroscado en la persiana y pegado con chinchetas, y a mitad del ejercicio -argumentando que nos molestaba el sol- nos levantamos para bajar la persiana y así tener a la vista nuetra "ingeniosa y sutil chuleta", y el mapa gigantesco descendió como una pluma hasta el suelo, produciendo las carcajadas de los alumnos y las de la propia profesora.
Podría seguir contando trastadas que nos aguantó, pero he de destacar por encima de todo lo que nos enseñó. Fue una profesora preocupada por sus alumnos, a los que acompañó en innumerables viajes. Siempre apretaba los tornillos a cualquiera para sacar su máximo rendimiento, pero ante todo nunca, nunca, nunca te daba la espalda, constantemente tenía su oreja preparada para escucharnos y facilitarnos nuestro costoso avance personal en la medida de lo posible.
Tras mis años de carrera le perdí la pista hasta el día en que la vi subir las escaleras del Aulario Ginés de los Rios previo examen de las oposiciones. Me saludó y me cogió el hombro deseándome suerte. Más adelante también se interesó por mi tribunal, e incluso cuando concluí mi examen oral se acercó para preguntar por mis resultados, para interesarse por su alumno.
Pocas veces la vi después, alguna mañana en las que recogía a la gente de la rueda en Murcia y la veía cargada de energía y dirigiéndome su sonrisa mientras se encaminaba hacia la que fue su última casa profesional.
Insisto que no es preciso conocer toda la vida de una persona para saber cual ha sido su obra en vida, cuando los resultados de tan ardua labor que un día se encomendo esta gran "seño" los vive uno en primera persona. A ella entre otras personas le debo dedicarme al trabajo más bonito del mundo: La educación.
Marco Fabio Quintiliano autor romano del siglo I d.C. , insigne educador de la desvariada juventud, gloria, Quintiliano, de la elocuencia romana nos dió pistas ya en su día de lo que hoy sería un buen educador.
- Nos decía que no estaba mal decir al alumno lo que está bien hecho y si es preciso alabarlo (no en exceso):
En alabar las intenciones de los alumnos no sea avaro ni pródigo, porque un cosa –la envidia– engendra desgana en el trabajo, la otra –la loa excesiva– autocomplacencia. - También nos decía que era preciso el descanso en los alumnos:
Con todo, hay que dar a todos los alumnos algún tiempo de expansión (…) No hay actividad alguna que pueda tolerar un trabajo continuo (…) y los alumnos aportan tanto más energías para aprender, una vez recuperados y frescos. - Otra de las cosas que planteaba era la variación de las actividades:
Ya lo dijo Cicerón que si el método de enseñanza no es agradable al discípulo, pronto se quedará sin auditorio (…) Pásale al maestro de elocuencia lo que al pescador, que, como no ponga en el anzuelo el cebo más atractivo para los peces, se aburrirá a la orilla del agua sin lograr lo que desea. - Consideraba que los juegos eran un buen medio para la edcucación:
Ni tendré de llevar a mal el juego en los niños (…) Hay hasta algunos juegos no desaprovechables para agudizar los espirítus de los jóvenes, cuando ellos apuestan entre sí con pequeñas preguntas sobre cualquier materia. - Creía preciso evitar que el niño acabara odiando el estudio:
Será necesario procurar, que el niño, que todavía no es capaz de amar
la actividad mental, venga a odiarla, y que más allá de los años de juventud conserve
también el temor de una amarga experiencia en aquel tiempo sufrida. - Criticaba como método de disciplina el castigo físico:
Pero que se azote a los alumnos mientras están aprendiendo (...) de ninguna manera lo quisiera, primeramente porque es cosa fea y propia de esclavos, y ciertamente un acto de injusticia, lo que por sí mismo se entiende, si cambias esa edad por otra. En segundo lugar, porque si hay alguien de tal vil carácter, que no se corrija por medio de la reprensión, también se hará duro contra los golpes, como los más degenerados esclavos.
Parece que Quintiliano dos mil años antes ya veía venir aspectos que hoy preocupan a los educadores, pero parece más aún que este autor hubiese conocido en persona a nuestra queridísima Elia Tejerina, y en ella se hubiese basado para anticipar lo que sería un gran profesor: porque ella nos reconocía lo que estaba bien, nos daba nuestro tiempo para descansar (algunos pensaban que ese tiempo era indefinido y aún siguen descansando de los deberes), en numerosas ocasiones nos hacía juegos siempre con un sentido educativo y nos mantenía en vilo para hacernos pensar, siempre ponía el cebo indicado para hacernos caer y engancharnos, y por supuesto jamás nos faltó al respeto ni nos menospreció.